María de Molina, reina regente de Castilla




Se desconoce dónde y cuándo nació María Alfonso de Meneses, más conocida como María de Molina. Probablemente en algún lugar de Tierra de Campos, espacio que siempre le fue muy familiar, y en torno al año 1260. Era hija del infante Alfonso de Molina, hermano de Fernando III el Santo, y de su tercera mujer, doña Mayor Alfonso de Meneses. En junio de 1282 contrajo matrimonio en Toledo con el infante don Sancho, futuro Sancho IV, hijo de Alfonso X el Sabio. Sancho IV prefirió a María de Molina, de la que estuvo verdaderamente enamorado, a Guillerma de Moncada, candidata que le había preparado Alfonso X y que tenía tanta fama de rica como de fea y brava. Los contrayentes eran parientes en tercer grado, pues María de Molina era prima carnal de Alfonso X y por tanto tía segunda de Sancho IV y se habían casado sin la oportuna dispensa papal. El papa Martín IV al tener noticia del matrimonio escribió una dura carta a Sancho IV ordenándole que se separase inmediatamente de su mujer bajo pena de excomunión y entredicho. A pesar de la objeción papal, el matrimonio se lleva a cabo y se consuma naciendo entre 1283 y 1293 siete hijos: Isabel, la primogénita, Fernando, que reinará como IV de ese nombre, Alfonso, Enrique, Pedro, Felipe y Beatriz, que fue reina de Portugal.


Matrimonio siglo XIII

Las primeras gestiones políticas realizadas por María de Molina, aunque no dieran los resultados positivos esperados, estuvieron encaminadas a la búsqueda del entendimiento, la paz y el perdón entre Alfonso X y su hijo Sancho IV, que se había sublevado contra el legítimo soberano.

Con la muerte de “el rey Sabio” en 1284, se proclama a Sancho IV como nuevo soberano de Castilla y, en consecuencia, la coronación de María de Molina como reina, quien cumplió con las tareas de gobierno encomendadas por el soberano mientras él se encontraba en campañas militares. Pero el reinado de su consorte fue relativamente corto, pues muere en 1295, dejando a un heredero al trono todavía niño.
María de Molina continúa en solitario con la batalla para conseguir la dispensa papal, imprescindible para conseguir el reconocimiento de la legitimidad de los hijos habidos en el matrimonio, cuestión que afectaba especialmente a Fernando IV, heredero y sucesor de Sancho IV. 

María asume la regencia durante la minoría de edad de su hijo Fernando IV - tal y como había deseado el monarca al hacer su testamento - en medio de una situación política bastante compleja, debido principalmente a la dudosa legitimidad de un sucesor cuyos progenitores eran parientes, lo cual no era vista con buenos ojos por la nobleza (especialmente por la línea paterna de los infantes de la Cerda), la cual quería hacerse con el control del reino. Este bando es apoyado por Jaime II de Aragón y Dionís de Portugal, cuyas tropas invaden territorio castellano en 1296, aprovechando la inestabilidad política por la que pasaba el reino.

Empezaba así la demostración de la capacidad negociadora que de aquí en adelante caracterizaría a la soberana, que reforzó haciendo importantes concesiones a la oligarquía urbana y concediendo mercedes o señoríos a algunos miembros de la nobleza, convenciendo a estos últimos que era mejor apoyar a su reina que enfrentarse con otros nobles.

María de Molina presenta a su hijo ante las cortes de Valladolid, Antonio Gisbert

La regente tuvo que apaciguar un reino agitado por las guerras civiles en el que los bandos nobiliarios rebeldes sostenían al infante Juan, hermano de Sancho, y a Alfonso de la Cerda, que se proclamaban respectivamente rey de León y rey de Castilla, y negociar y/o concretar la paz con Francia, Portugal y Aragón.

Varias fueron las fuerzas en que se apoyó para su actitud pacificadora, entre las que destacan la búsqueda del apoyo de la Iglesia y su preservación; la negociación con la nobleza; el apoyo de las ciudades y el recurso a los enlaces dinásticos y a la solidaridad femenina.

Manuscrito medieval

Si María de Molina pudo contar con la ayuda de la Iglesia fue precisamente porque durante toda su vida se había empeñado en protegerla y preservar sus bienes. En efecto, la documentación bien atestigua la intercesión y el arbitraje de María de Molina en asuntos en que estaban en peligro el bienestar de la Iglesia y sus relaciones con los súbditos del reino.

Una carta real del 17 de noviembre de 1287 mandada por el rey Sancho IV al monasterio de Oya, precisamente a petición de la reina, para interrumpir las exacciones que se cometían en los dominios del monasterio, subraya en particular el papel de la reina como guardiana de la aplicación del derecho:

"Sepades que la Reyna donna Maria mj muger mj disso en commo ela rreçebeyra al aBade e Conuento del monasterio de Santa Maria de oya en su guarda e en su Comjenda e que merinos, Caualeros e escuderos e otros honbres en tren en los cotos e lugares desse monasterio e que leuan contra sus priuilegios e quelis fazien muchas fuercias e muchos tuertos e rrogomela Reyna que fiziesse hi aquelo que touiesse por bien, e por derecho". (Historia del reinado de Sancho IV)

Corona de Sancho IV de Castilla

La reina también para acabar con las protestas y revueltas del concejo palentino ante el derecho del obispo de nombrar anualmente a los alcaldes. Lo prueba una carta del 26 de abril de 1300 que figura en un testimonio notarial del 1 de mayo del mismo año en el que se describe cómo la contienda estuvo a punto de desembocar en una lucha armada.

"Donna Maria, por la graçia de Dios, Reyna de Castiella, e de Leon, e sennora de Molina, al conçejo de la çibdat de Pallencia, salut e graçia. Bien sabedes en commo enbiastes dezir al rey e ami commo auia contienda entre uos e el obispo sobre los alcalles que el fiziera oganno. […] E nos sobresto ouiemos nostro acuerdo con aquellos que eran del nostro conssejo, e fallamos quelos alcalles que el obispo auie fecho oganno que auien y de seer. Por que vos mando, vista esta mi carta, que dexedes vsar de sus alcadias e oyr sus pleytos alos dichos alcalles que el obispo oganno fizo." (Reinado de Fernando IV (1295-1312), Colección de documentos para la historia de Palencia (III)

Especial significado tuvieron las relaciones de María de Molina con el papa Bonifacio VIII y que ponen bien de relieve el prestigio internacional de que gozaba la reina, y del que tuvo que hacer uso para conseguir las costosas y ansiadas bulas de legitimación de su matrimonio con Sancho IV:

"Ca este papa Bonifacio amábala e presciábala mucho, e decía que señaladamente las gracias que él facía que las facía a la Reina, e que por ella las facía al Rey su fijo e a los otros sus fijos; e además fízole otra gracia: que las tercias de las iglesias que tomara el rey don Alfonso, e el rey don Sancho, e el rey don Fernando su fijo, sin mandado de la Iglesia de Roma fasta entonce, que gelas quitaba todas, e demás que gelas daba por tres años de allí adelante; e envió desir a la Reina que en cuanto él fuese vivo, que punase en le demandar las gracias que quisiese, que cierta fuese que gelas daría; e la noble Reina gradescióselo mucho a Dios."

Durante el reinado de Sancho IV, María de Molina tuvo que negociar hábilmente con los dos grandes linajes castellanos que en aquel entonces se enfrentaban y no vacilaban en trabar amistad con reinos enemigos para defender sus intereses. Por una parte, estaba el valido del rey y potente señor de Vizcaya, Lope Díaz de Haro, que lo hacía todo para que Castilla se acercara a Aragón y por otra parte se distinguía Juan Núñez de Lara el Gordo, cuyo apoyo era imprescindible para la reina porque bien sabía que el de Lara podía interceder ante el rey de Francia para que le ayudara a conseguir la bula de dispensa papal. Así, por ejemplo, nos cuenta la Crónica de Sancho IV cómo en 1285, la reina le impidió a Lope Díaz de Haro que se uniera con el rey Alfonso III de Aragón, que además defendía la causa de Alfonso de la Cerda, hablando personalmente con el gran noble y prometiéndole que conservaría sus prerrogativas:

"É desque sopo la Reina la intincion con que don Lope iva, cató manera commo lo detuviese, porque non fuese á aquel pleito que él queria; é él vino á fablar con ella, é díjole que él que se recelaba del Rey […]; mas que si ella quisiese asegurar que se toviese con él que el Rey le faria bien é le manternia su honra é su estado, é que le non tirase ninguna cosa de lo que tenía dél, que él fincaria é non iria á poner pleito con el rey de Aragon; é la Reina dijole que le placia é le aseguraria, é fincó estónce el pleito asosegado."

Almohada de Sancho IV


Para contentar al infante don Juan que quería presentar en las Cortes de Valladolid de 1308 una serie de quejas al rey, la reina se valió también de unos apoyos femeninos, y en particular de su hermanastra Juana, madre de la mujer del infante Juan, María Díaz de Haro. Así consiguió la reina que Diego López de Haro, a su muerte, cediera el señorío de Vizcaya a María Díaz o a sus herederos. La Crónica de Fernando IV evidencia una verdadera red de alianzas femeninas:

"[…] envió el guardián del monesterio de los frailes de Sant Francisco de Valladolid á doña Juana su hermana, con quien le envió decir todo el fecho en cuál manera estava, é que guisase commo se viniese para Valladolid, é que dijese que se venía para Valladolid á librar su facienda é por demandar á Santa Gadea é otros lugares que le tenía tomados don Diego. É tanto que este mandado ovo doña Juana de la Reina, luégo se vino para Valladolid, é luego fabló la Reina con ella é le dijo todo el pleito. É doña Juana dijo que le diese todo el pleito por escripto, é que iria á su fija doña Mari Diaz, cuya era la demanda, que era en Medina del Rio Seco, é que fablaria con ella, é que si ella lo quisiese, que luégo gelo faria saber; é dió la Reina el pleito por escripto á doña Juana, é luégo se fue para Valladolid, é desque llegó á su fija é vió el pleito ella, tóvole por bien é plógole ende é otorgógelo; é luego se vinieron amas para Valladolid."

En este pasaje asoma también el papel que desempeñaron ciertos agentes secretos que actuaban por cuenta de la reina, ya que María de Molina tenía “escuchas” en casa del infante don Juan. Así podemos destacar en el episodio un fragmento en el que se evidencia esa red de informantes que había armado la reina:

"Envió á cada villa su mandado en poridad, á aquellos en quien ella fiaba en cada lugar, é envióles decir todo lo que sabía porque los mandaba ayuntar el infante don Juan, é envióles decir el pleito que venía á ella é al Rey, ca ella sabía en commo el infante don Juan avia puesto su pleito con don Juan Nuñez contra el Rey su fijo para deseredalle […]."



Si la reina pudo contar con esos medios de información imprescindibles para poder intervenir rápidamente en los asuntos que ponían en peligro la paz del reino, fue quizá porque, entre otras cosas, se sirvió hábilmente de sus hijos. En efecto, Ferrán Sánchez de Valladolid recuerda cómo, en 1296, contando con la lealtad de las ciudades, María de Molina había repartido a sus hijos por el reino:

"É la Reina […] envió al infante don Felipe su fijo á Villalpando con sus vasallos, que era mozo sin edad, é otrosí envió á Palencia los vasallos del infante don Pedro, su fijo, porque guardasen las villas; e otrosí envió al infante don Enrique, su fijo, con tres caballeros á la villa de Toro, é envió la infanta doña Beatriz, su fija, á la cibdad de Toledo, é envió la infanta doña Isabel á Guadalajara, segund que adelante oiredes; é esto fizo ella porque los omes avrian mayor vergüenza é guardarian mejor las villas é las otras tierras de enderredor […]."

En la defensa del trono de Fernando IV, como pasará después con su sucesor Alfonso XI, María de Molina contará con el inestimable apoyo de los concejos, única fuerza que era capaz de equilibrar hasta cierto punto el predominio de los nobles. Cuando el infante don Juan convocó un ayuntamiento concejil en Palencia en 1296, María de Molina se movió con enorme inteligencia política para conseguir que los concejos enviaran a la reunión como representantes a personas completamente leales y partidarias de Fernando IV. Se trataba de una medida intervencionista, que luego sería frecuentemente utilizada por los monarcas posteriores, y que era la mejor manera de asegurarse la mayor docilidad de los procuradores concejiles. Cuando Fernando IV se reafirma en el los Concejos de ciudades siguen apoyando a María de Molina negándose a convocar las Cortes si no lo hacía la reina misma, en vez de los consejeros del joven monarca.

Fernando IV


 Fue una gran administradora, y así se lo reconocieron sus propios enemigos, y en todo momento se preocupó por sacar adelante la hacienda regia: «la noble reina doña María traía la facienda del Rey su fijo tan bien e tan cuerdamente e con tan gran recabdo».

Como, desafortunadamente, Fernando IV al empezar a reinar se deja llevar de las artimañas de sus consejeros para tratar de mantener alejada a la ex-regente de la vida política, cede ante las denuncias en las cuales se le acusaba de hurto y malversación del erario real. La reina y su administrador responden escrupulosamente rindiendo las cuentas, confirmándose no sólo la excelente gestión de la soberana durante su regencia sino también, la acertada utilización que había hecho de su patrimonio personal desempeñándose como tutora, justamente, en beneficio de su hijo.

Aunque fue generosa con los demás, no tuvo más remedio que desprenderse de muchas villas y rentas para conseguir el apoyo de los nobles, hasta enajenar prácticamente todo su patrimonio. Sin embargo, tuvo especial cuidado en rehacerlo cuando se presentó la primera oportunidad, después del fallecimiento del infante don Enrique (11 de agosto de 1303), exigiendo la restitución del dinero que había gastado, siendo su comportamiento no muy distinto al de otros miembros de la alta nobleza demandando su parte sobre las rentas de la monarquía.

"E después desto fabló la Reina con el Rey, e mostrole e commo de las rentas que eran suyas, que le diera el rey don Sancho, que la menguaban trescientos e cincuenta mill maravedís cada año; e todo esto que lo diera ella en tiempo de la guerra por su servicio del; e pues que de lo que tenía de don Enrique non le diera ninguna cosa, que le demandaba esto que le menguaba; e el Rey diole en Segovia los servicios por docientas veces mill maravedís, e la martiniega con el portazgo, e los derechos por treinta mill maravedís, e prometiole que de lo primero que vacase, que le compliría lo que menguaba; e la Reina fue ende pagada". (Crónica de Fernando IV)

Arco del Palacio de Doña María de Molina.
Del libro recuerdos y bellezas de España. 1861. Litografía de S. Isla


María de Molina fue una mujer que tenía lo que llamaríamos hoy un gran sentido de Estado y de la dignidad real y excepcionalmente dotada para la acción política. Hábilmente supo utilizar sus grandes armas, la prudencia y la concordia, para salvar el trono de su hijo Fernando IV y el de su nieto Alfonso XI, buscando siempre el punto de equilibrio entre la llamada «nobleza vieja», ahora en la cima de su poder, y los concejos, reforzados en su protagonismo político por la constitución de hermandades y su activa participación en las Cortes, que en estos años se reunieron con extraordinaria frecuencia.

María de Molina - como todo soberano de la Edad Media que quería afianzar su poderío -, negoció enlaces matrimoniales tratando de paliar las diferencias surgidas con reinos vecinos. En el caso de la corte portuguesa, logró concertar dos matrimonios: el de Fernando IV con Constanza de Portugal, y el de la princesa Beatriz de Castilla con Alfonso de Portugal. Pero este logro no era suficiente, pues al no haber conseguido aún la dispensa papal esperada que legitimara su propio matrimonio, sus hijos continuaban en condición de ilegítimos.

Libro de la coronación de los reyes de Castilla

Una nueva solicitud de legitimidad ante el Papa, acompañada de una fuerte suma de dinero la cual había obtenido la soberana de los servicios de cortes (contribuciones de las ciudades), respaldó la petición. La cantidad de diez mil marcos de plata no fue suficiente, y la reina tuvo que acudir a su peculio personal para aumentar esa cantidad. Finalmente, después de haber enfrentado con inagotable paciencia estos avatares políticos y familiares, pudo conseguir el documento. En 1301, seis años después de haber enviudado, llegaba la bula pontifical firmada por Bonifacio VIII legitimando el matrimonio de la regente con Sancho IV y, en consecuencia, también a sus hijos.

La reina madre siguió desempeñando su labor en el poder y ello se confirma una vez más, cuando Fernando IV marcha a su último destino - Algeciras – en una de sus campañas reconquistadoras contra la lucha musulmana, y la nombra reina gobernadora. El monarca fallece en 1312 y un año más tarde lo hará su esposa, Constanza de Portugal, con la que María de Molina fue capaz de mantener, no sin ciertos altibajos, unas buenas relaciones, aunque tuvieron sus diferencias a raíz del nacimiento de Alfonso XI sobre quién debía tener la crianza del niño, y también a la hora de organizar la tutoría de Alfonso XI.

Tras la inesperada muerte de la reina Constanza (18 de noviembre de 1313), María de Molina se hará cargo de la crianza de su nieto Alfonso XI, quien por entonces contaba con unos dos años de edad y retomará (con más de cincuenta años) las labores de regencia, que se prolongará hasta el momento de su fallecimiento en 1321. La nueva regente pide que se decida en Cortes quien debe hacerse cargo de la tutela del menor, y por tal motivo se convocan las Cortes de Palencia de 1313. Allí, en el “Ordenamiento otorgado por la reina Doña María y el infante D. Pedro, como tutores del rey D. Alfonso XI”, se decide no sólo que la tutoría sea llevada por la abuela en compañía de los infantes Pedro y Juan, sino también los requisitos para ejercerla y algunas recomendaciones en relación a la educación del nuevo soberano.

Alfonso XI


Para María esta nueva responsabilidad representaba asumir los mismos problemas de la regencia anterior, pero agravados en esta oportunidad debido al caos social y político que atravesaba Castilla en esos momentos. Años más tarde, cuando el joven monarca contaba con diez años y la salud de la tutora empezaba a mermar, María de Molina, mostrando una vez más su plena confianza en los concejos, encomendó la crianza y custodia de Alfonso XI a los hombres buenos de Valladolid:

"Et por esto mandó llamar a todos los caballeros, et Regidores, et omes bonos de la villa de Valladolit, et díxoles como ella estaba muy al cabo, et en las manos de Dios, et que su vida sería muy poca: por tanto, que les quería dexar en su encomienda al Rey Don Alfonso su nieto, et que le tomasen et le guardasen et criasen ellos en aquella villa, et que non le entregasen a omes del mundo fasta que fuese de edad complida, et mandase por sí sus tie rras et regnos; otrosí a la Infanta Doña Leonor su hermana."

Finalmente, cabría anotar que las intervenciones políticas de la soberana no se concentrarían exclusivamente en Alfonso XI. También la encontramos intercediendo por su nieta, la joven princesa Leonor, quien se encontraba viviendo desde pequeña en la Corte de Aragón preparándose para ser dada en matrimonio al hijo de Jaime II. Cuando el heredero del monarca decide encausarse por la vida monacal, María envía de inmediato a buscar a la muchacha impidiendo la utilización política que de ella pudiera hacerse.
Tenía también una extraordinaria capacidad de trabajo, incluso cuando estaba enferma circunstancia que solía repetirse con frecuencia, como se hizo bien patente durante el sitio de Paredes de Nava en 1296.

"E la noble reina doña María punaba de acuciar a los de la hueste commo combatiesen la villa; e ellos estando en la cerca, adoleció la Reina muy mal de una nascencia que le nasció en el brazo, e durole diez semanas con muy gran dolor, e non dejaba por eso de librar todos los pleitos que y venían de todos los reinos e otrosí de estar cada día en corte con todos los que eran en la hueste, e de fablar con ellos e rogalles que sirviesen al Rey su fijo." (Crónica de Fernando IV)



María de Molina fue una reina popular, en el sentido de ser querida y admirada, sobre todo,  por el pueblo llano. Por ello no sorprende en absoluto que fueran los concejos los que más respaldaran sus iniciativas de gobierno a través de las Cortes y mediante la concesión de los servicios correspondientes.

"E los de la tierra leyendo commo la noble Reyna obraba muy bien, tovieron todos por muy grand derecho de facer todo cuanto ella demandaba aguisado e con razón, e luego dieron al Rey cuatro servicio para pagar los fijosdalgo, e uno para la legitimación del Rey e de los otros sus fijos," (Crónica de Fernando IV). 

A María de Molina se le concedió el crédito de haber sido una mujer de carácter, decidida y hábil negociadora, cualidades solo reconocidas hasta el momento a los hombres.

"Digna de que la intitulemos muger fuerte, probada y acrisolada en tres Reynados, cada uno a qual mas lleno de turbulencias, golfos de tempestades continuas, bageles agitados de borrascas, pero libres del naufragio por el brazo de una muger, aplicado no al timon solamente, sino al remo: luchando no menos contra las olas de los enemigos, que contra la infidelidad de sus aliados: intitulada muger, para que resalte el acero de un pecho varonil [...]."


Sepulcro de María de Molina, Monasterio de las Huelgas, Burgos



Bibliografía:

Imagen y palabra a través de las mujeres medievales: Segunda parte: Mujeres medievales en los reinos hispánicos; Diana ARAUZ MERCADO
La actuación pacificadora de María de Molina; Patricia Rochwert-Zuili
El perfil político de la reina María de Molina; CÉSAR GONZÁLEZ MÍNGUEZ
El Testamento de María de de Molina; Manuel Larriba Baciero

Comentarios

Entradas populares de este blog

Compositoras medievales

Las parteras en la Edad Media

Leonor de Guzmán, favorita de Alfonso XI